Otra vez salía atrasado de mi casa, pero no era un día como cualquier otro. Estaba seguro que iba a pasar el ramo. Era imposible que después de tanto memorizar no me acordara de nada al momento de sentarme ante la comisión. Solo los nervios me podrían traicionar. Como nunca, me sentía un ganador.
Tomé el Metro para llegar temprano. Si tenia suerte encontraría un asiento alcanzaría a repasar ese par de artículos que tanto me costaba retener.
Me senté junto a la ventana sin fijarme en nadie de los que estaban dentro del vagón.
Tenia en mi mente puesta en las teorías que explicaban la naturaleza jurídica de las normas, en cómo se aplicaban estas en nuestro país y en como partiría mi respuesta si me lo preguntaban.
“Parece que mejor me voy a presentar en un segunda lista” me dije, mientras pasaban por la venta los cerros y las casas, los niños de uniforme, ese mismo uniforme que yo había dejado de ocupar hace un par de años y que cambié por el terno con corbata vistosa ¿sería ese mi uniforme para el resto de la vida? Volví a mirar el código.
“Mejor, me voy a tirar en primera lista”, decidí.
A la altura de la “Estación Chorrillos”, ella se sentó frente a mí.
Estaba vestida con un traje de dos piezas y un bolso que, según mucho después me contaría, mientras tomábamos un café en la terraza del hotel en donde pasamos nuestra luna de miel, estaba lleno de apuntes.
Me resultó evidente que también estudiaba Derecho. Todo lo indicaba, era época de exámenes, su ropa y el código que puso en su regazo la terminaron delatando.
Cuando salimos por primera vez, me contó que estudiaba en la “Católica” era de la competencia y pase a ser rivales, tendríamos algunos profesores en común durante la carrera.
Estaba un curso más abajo, pero siempre fue más aplicada y estudiosa. Legue a sentir una admiración enorme por su habilidad para memorizar. Nunca envidia, pues estaba demasiado enamorado para tener un sentimiento de esa calaña respecto a ella.
Éramos totalmente opuestos, pero me enamore en cuanto a la vi.
Ella también se fijo que yo llevaba un código en la mano. Me sonrió. Devolví su gesto con otra sonrisa acompañada de una frase para romper el hielo. No recuerdo que dije, pero no debe haber sido algo muy inteligente. En nuestra primera salida, me confesaría que le había parecido tierno lo torpe de la manera que la aborde de esa manera. Ella también se había enamorado con solo ver mis ojos.
Yo seguía tratando de leer el artículo endemoniado. Parecía un trabalenguas y opte finalmente por aprenderlo de memoria y no tratar de entenderlo, eso sería lo mejor. Si me lo preguntaban, me limitaría a recitarlo como las poesías que recitaba cuando niño, y si me pedía explicarlo, ahí se ocurría algo, total, no sería la primera vez que me pasaba eso.
Seguía sus movimientos de reojo. Parece que ella también quería memorizar algo. Me resultaba más fácil observarla en el reflejo de la ventana. Tenía bonitas piernas, pero se notaba lo ansiosa que estaba por la forma en que las movía de lado a lado casi como un juego involuntario. Cualquier habría pensando que se debía al movimiento del tren, pero yo sabía de todos esas manifestaciones corporales del nerviosismo. Incluso algunos compañeros tenían que recurrir a pastillas para controlarse. “Es mucha la presión en esta wuea”, pensé.
Saldríamos casi por dos meses siendo amigos, para terminar pololeando. Teníamos muchos temas en común, aunque discrepábamos en otros.
Podría haber estado horas mirándola. Me encantaba como se fruncía su seño cuando le rebatía algún argumento.
Me solté la corbata un poco, total todavía faltaba para sentarme y ser interrogado. Ella tenía unas ojeras que le daban un toque atractivo. Seguramente no había dormido esa noche.
Yo me había convencido hace mucho rato ya, que para mi por lo menos, la técnica de “pasar de largo” no daba frutos.
Conocí a su familia y ella a la mía. Salíamos al cine muy a menudo.
Sin duda, lo que más disfrutaría, sería el reposar en las tarde junto a ella. Sentirla cerca me había bien.
“Estación Viña del Mar”. El vagón se lleno de estudiantes universitarios y oficinistas con caras grises, solo ella seguía refulgiendo como los fuegos artificiales de las celebraciones año nuevo en Valparaíso.
Luego de varios años de pololeo y uno que otro problema (sobre todo en la época de exámenes, época en que tanto ella como yo nos poníamos insoportables).
En una mañana le dije que nos juntáramos en la puerta de los tribunales. Cuando llego, saque de mi maletín una carpeta de esas típicas que se ocupan para llevas llevar los expedientes (Que me había regalado el secretario del tribunal) y le pedí que lo revisara porque tenia una duda. Estaba medio molesta porque la había hecho caminar desde la oficina en donde trabaja hasta ahí, solo para hacer una tonta consulta. Me pregunto de qué se trataba, conteste que por favor leyera el expediente y me diera su opinión. Al abrir la carpeta, se encontró con la sorpresa, un escrito en el que yo había puesto de puño y letra: “En suma, cásate conmigo. Primer otrosí, prometo amarte siempre” junto a un anillo que estaba pegado al papel un trozo de sotsch. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Mientras me abrazaba, dijo en voz alta y entrecortada: “a lo pedido, cúmplase” y me daría el mejor beso que me hayan dado en la vida.
“Estación Portales” anunció la voz. Por la hora y conociendo a los profesor, ya deben ir en “Alarcón” a lo más “Cubillos”. Había perdido la página que estaba repasando.
Tendríamos cuatro hijos, Solo uno estudiaría derecho. La menor saco los ojos de su madre. El segundo mi imaginación.
Aunque trabajábamos mucho durante el año, nos dábamos el tiempo para viajar. Al principio solos y luego con los niños. Siempre me gusto viajar.
Cuando ella cumplió cincuenta años, enfermo muy grave, pero puedo recuperase. Temí perderla, era la mujer de mi vida.
“Estación Barón” anunció la voz. Mire mi código. No había alcanzado a memorizar como quería el artículo, pero jamás olvidaría ese traje de dos piezas. Jamás olvidaría la sonrisa que me regalo esa mañana.
Me agache para acomodar las cosas en mi maletín, y cuando levante la vista, ya no estaba, se había bajado.
“Estación Avenida Francia”, el aviso termino de sacudirme de la ensoñación.
Acá me bajo.
“A veces, después de tanto esfuerzo, nuestro cerebro se escapa de la realidad para tomarse un descanso” pensaba mientras entraba a la facultad. “Es fácil volar anticipando el camino, pues como dicen, soñar no cuesta nada”.
A mi me sirvió.
Al final, me tire en primera lista, tal como había decidido.
Era mi día sin duda.
Pase el ramo.
(*Sergio Herrera Martínez en el libro Poesía y Derecho en el año del aniversario declama y cuenta por tu escuela. Derecho, Universidad de Valparaíso).
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